Por: Francisco Félix
Días en la tierra (Editorial Pulpo, 2024) de Hakeem Torres parece apostar por la apropiación de la poesía, pero esta solo es una pertenencia en el sentido de lo comunitario, como algo que nos pertenece a todxs. El recuento de las cosas que existen y que por derecho están con nosotrxs, como un nuevo amigo llorando bajo un árbol o la voz de una amiga rezando poemas mientras las aves bailan. En estos versos aparece la inevitabilidad de la luz y la consecuencia de la sombra. Pero esto no es algo terrible, es algo irremediable, como todo lo que sucede en la naturaleza; es la espera, repasando memorias como parpadeos. La poesía es esa presencia que sustituye las fotos. Se nos acaba el tiempo aunque en nosotros fluya la eternidad, augura el autor. Frente a tanta inmensidad de lo que sucede en el país, de lo que sucede en la vida, existe una seguridad bajo los pies, raíces que nos sostienen, como la familia, su recuerdo y su presencia.
Estos poemas invitan a la reinvención por medio del lenguaje, a la (re)afirmación de que nuestras pieles tostadas siempre han estado aquí y que continúan construyendo por medio de nuestras manos, sea a través del retumbar de las manos de nuestros abuelos o escribiendo poesía. Estos versos son una especie de rumiantes, palabras que habitan, caminan y mastican los Días en la Tierra. Mientras tanto, contemplamos nuestra desidia, tratando de sobrevivir la próxima ola esperando la AMA en la última parada.
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