Por: Mayra Santos Febres
Ilustración por Andrés Miró
Ella lo declaró
pero nadie le creía
lo dijo muy pronto y balbuceando/confundiéndose
denunciando el racismo de su isla
mientras practicaba el racismo contra los otros negros cocolos, los del Norte, los de las islas de al lado.
Demasiado pronto lo dijo
“soy grifa y pura negra”
hipógrifa violenta que corrían en cadenas con el viento.
Otras voces gritaron “ensoñación”;
le administraron una buena dosis de morfina
mientras ella huía a Cuba, a Washington,
a Nueva York
mientras ella moriá en la cicatriz que era su canto
Le diagnosticaron la causa de su muerte.
Desde entonces, todo el mundo creyó que ella moría de amor
pero era de otra índole su enfermedad.
Se le coló en su canto
fue llenándole de ayes y de espíritus el hígado, los lamentos.
Los fon dicen que las palabras nacen del hígado
los yoruba que la alegría es un dulzor que brota en la risa, en las palabras
y que nace desde el vientre.
Desde allí explotó Julia hecha un hedor
la primera de estas islas en apalabrarnos.
Todos pensaron que sí, que se moría de amor
porque era demasiado ella,
demasiado mujer que siguía las rutas de su cuerpo
oír que se sonó merecedora de algún amor
- el del locutor nacionalista
-el del candidato presidencial de la isla de al lado
-el del contable boricua en Nueva York
-el del último amante poeta.
Pero era de otra índole su amor, perdón, su muerte
demasiado oscura la índole
demasiado desprovista y evidente
aunque, después de muerta, la pintaran con amapolas en el pelo crespo
y una mano posada en su mejilla.
Demasiado ella, la grifa negra confundida
Que se creía merecedora de otras sendas,
las sendas de su piel, su procedencia
el cuerpo expuesto de su desamparo.
La apócrifa
La hipógrifa en cadenas con el viento.
*inédito
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